De chicos jugábamos con trencitos: primero fueron los de lata, pero después vino el plástico.
Ya en la primaria, cuando escapábamos de las miradas adultas, poníamos piedras sobre las vías del tren, para ver como las hacía polvo al pasar.
En las vías muertas hacíamos trincheras, porque nos creíamos en Vietnam o saltábamos de cráter en cráter como si fuéramos astronautas.
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