Cuando un documental se presenta por primera vez en la TV o el cine no puede evitar ser leído como una ficción.
Después de un tiempo lo contrario también es verdad: todo termina siendo un documental de como fue construido.
Este es el sabor que me queda luego de leer El paraíso terrateniente de Milciades Peña, corregido posmorten por Luis Franco.
Es que a pesar de la fabulosa lucidez (a los 25 años!) del historiador trosklista, hoy la lectura me dice más del autor que de los terratenientes estudiados, más de la época de la resistencia peronista que de Juan Manuel de Rosas y el resto del siglo XIX, en definitiva, más de la forma de ver que de lo visto.
Para Peña la burguesía y los terratenientes argentinos venían con pecado de origen:
relaciones con los mercados consumidores del exterior, un régimen inaugurado por los estancieros saladeristas que compensatoriamente ignoraban el mercado interior.
Las diferentes disputas entre unitarios y federales, entre Buenos Aires y las provincias del interior, y todas las demás antinomias se explican según intereses económicos: la polémica con Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós y Ernesto Palacio se termina resolviendo en el texto según ese axioma.
Sin embargo, atravesado el fantasma del futuro feliz asegurado que los troskistas me propusieron durante 25 años en la Universidad de Buenos Aires, la perspectiva de Peña no deja de ser una saludable forma de tragarse la realidad diaria, recordando que todo lo que aparece en los medios es efecto de algún resorte económico, que todas las confianzas depositadas en lo que antes se llamaban partidos políticos están ahí esperando ser traicionadas y que la envoltura de sortijas que gira alrededor nuestro tienen un hábil calesitero en bambalinas.
Para Peña, el futuro de la Argentina venía complicado, como en Tuvalu, ese pais-isla que poco a poco se hunde en eL Pacífico.
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