Niños con branquias

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baricco.jpg Paradójicamente "Los bárbaros - Ensayo sobre la mutación" de Alessandro Baricco puede leerse como una de las últimas defensas de un mundo ya perdido.

Con sus propias manos de animal de aire, el próximo ahogado da sus últimos manotazos en el agua.

Así, con palabras arremolinadas en varios ensayos periodísticos, Baricco y su texto se convierten en lo que los poetas, los torneros, los domadores de caballos, las lavanderas del río o las ventosas en la espalda: reliquias, objetos venerables, turismo puro.

Sin embargo, los últimos movimientos de este moribundo resto escritural no necesariamente son de lo peor y en este caso yo diría todo lo contrario: es de lo más digno que haya leído recientemente.

A ver si me explico: están los civilizados y los bárbaros. Este posteo podría ser usado de varias maneras, pero un bárbaro haría cualquier cosa menos leerlo hasta el final, mas bien buscaría en los links, hurgaría en los costados de la imagen y en pocos segundos huiría, convencido de que ningún paso hay por acá.

En cambio un lector de mente escritural, civilizada y culta trataría esforzadamente de extraerle el corazón de sentido, el sabor añejado y, si la tuviera, una pizca de costosa profundidad con la cual remontar otras complicaciones en el futuro.

Para el bárbaro este post es un ataúd flotante llevado por la corriente: espera sin paciencia por si al llegar a la costa pudiera sacarle alguna madera para decorar su jardín provisorio.

El libro es emocionante como el final de algunas películas, como esas despedidas en las que los que se quedan saludan desde la puerta de su casa de pueblo.

Es que el texto está justamente en el tramo final de una época, de un bloque de historia a punto de caer, convertirse en un iceberg y derretirse en la nada.

Así estamos los últimos civilizados: como las últimas montoneras que cargaban a lanza contra los rifles de la capital, como los oidores españoles con los abogados criollos, como Cartago con los romanos y estos con los godos de Atalarico.

Los migrantes digitales observamos y describimos con palabras cómo los bárbaros desapilan nuestras construcciones para hacer con los restos otras nuevas.

Ya lo decía Daniel Filmus después de las elecciones "me votaron los que piensan": no solo tenía razón, sino que en las próximas sacará muchos menos votos.

Como buen manoteador Baricco agarra lo que puede y tiene a la mano: un vaso de vino, el fútbol en la televisión, los libros de Virilio, Adorno y Benjamin, un cuadro de la pared, la pantalla de google esperando.

Todos estos objetos giran en un embudo que lanza las cosas por sus bordes para que, al recogerlas, veamos que el óxido está del lado de adentro y que lo de afuera es pintura reseca.

La Muralla china sirve de muestra y epílogo: los bárbaros estaban entre nosotros, antes de la invasión final.

Yo no se si Baricco tienen razón, pero celebro esta lectura en la que me he sumergido, a pesar de que mis branquias son a esta altura unos pequeños apéndices que no sirven para casi nada.

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