Hielo

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mox.JPG No hay como el hielo para el dolor de las articulaciones, pero todos tomamos anti inflamatorios no esteroides.

Adoramos la aspirina y hacemos fila para hacerle nuestra ofrenda de monedas, con tal de poder negociar con la fiebre o la hinchazón de tobillos.

Es una extraña religión: los anti inflamatorios pueden producir gastritis, hemorragias o asma, pero los tomamos de a toneladas. Mejor no pensar, hay que actuar, como prefiere el intendente.

Las aspirinas inhiben la enzima ciclooxigenasa (COX), bloqueando una cadena de reacciones metabólicas que produce prostaglandinas, prostaciclinas y tromboxanos. Chau prostanglandinas, chau dolor.

Vivimos la aspirinazación del planeta: todo lo que molesta es abortado unos pasos antes de producirse.

Las farmacias y kioskos venden 5 mil millones de dólares anuales de anti inflamatorios, porque si es de Bayer, es bueno.

Pero el hielo es mejor, al menos para mí, que sigo en esta ciudad de Buenos Aires, a pesar de que todo me empujaba a considerarme un turista, a viajar donde fuera con la tarjeta de crédito en mano.

fosforos.jpg Según puedo leer hoy en el suplemento económico de Clarín, los turistas que si partieron ahora disfrutan de un entorno de marcas junto al mar, de decenas de stands en una orilla que se mueve apenas con las mareas. A no preocuparse, todo se ha calculado y nadie saldrá mojado.

Peluquerías, magos, clases de tango y salsa, desfiles, conexion a Internet, cerveza y hasta los viejos piruleros avanzan sobre los veraneantes. Las marcas gastarán 60 millones de dólares en promociones playeras, un 20 % más que el año pasado, para que los turistas se activen, para que interactúen, para que saquen a relucir sus formas de pago.

Ya no es el cuerpo de la paseante o del guardavidas, ahora son los cuerpos de las promotoras, de los líderes de una verdadera colonia de vacaciones. No es la colonia del club, pero es parecida, por cierto.

Las escenografias son montadas en las arenas turísticas con los logos de la megalópolis, acá y allá, córrase por favor. Es que los turistas, arreados a su propia cuenta hasta el mar, no pueden evitar mirar y registrar, no pueden escapar al síndrome de abstinencia a lo intangible, al "como sí", ni tampoco a los diseños mas prometedores, ni al consumo del último recital, del último desfile, del último baile.

Es que los grandes artistas organizan sus despedidas una y otra vez, junto a las olas y ya nadie puede ni quiere detenerlos: todo, de a poco, se convierte en un supermercado.

El deporte, que consiste en ver a los deportistas, también estará a la hora programada y se podrá ver rugby, polo, y los infaltables fútbol y voley playero.

Cual es la raya? Por donde se puede bordear toda esta maquinaria de gestos pagos?

Esto, pienso, va más allá del brand journalism, del periodismo de marca donde el consumidor es invitado a tener experiencias de vida junto a una marca, vivencias que luego relata a potenciales consumidores.

Ahora, por lo que veo en el Ieco de Clarin, estamos llegando a una especie de planeta meta brand, a un mundo de marcas al cuadrado: se nos propone que disfrutemos el vivir una playa de marcas, se nos sugiere que respirar marcas es lo mejor que nos puede pasar.

"Me saca uno foto?" pide el turista junto al lobo de mar, mientras otros le sacan fotos a él y su fotógrafo y las envían adjuntas desde sus celulares.

"Quiero ejercer el gobierno sin hacer política!" pide el intendente de Buenos Aires, mientras unos y otros se filman con cámaras ocultas.

"Alguien que me pase una bolsa de hielo", le contesto desde acá, mientras las se marcas comen, como si fueran pirañas, los últimos segundos de mi documental favorito.

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