Moverse

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lebre1.jpg Creo que lo leí en "Tristes trópicos": cuenta Claude Lévi-Strauss que cuando se sintió perdido en medio de la selva amazónica, le preguntó asustado a su guía si sabía cuan lejos se habían alejado del campamento, y éste le respondió que se quedara tranquilo, que era el campamento el que se había alejado.

Algo parecido le sucedió a los españoles que fundaron Buenos Aires, cuando intentaron reducir a los indios a un lugar fijo, sedentario y controlable.

Unos y otros: Iban o venían?

Es que más que nómadas, los habitantes de la zona invadida estaban acostumbrados a recorridos circulares: en invierno subían a las serranías, en verano bajaban a las costas de los ríos. Estas y otras cosas relacionadas con la perioricidad me vinieron a la cabeza durante la lectura de "La pequeña aldea" de Rodolfo Gonzalez Lebrero.

La frontera como franja de interacciones, la ciudad como un engranaje de mecanismos extensos, las pestes y los intercambios de cueros como cartografias, la dedicación hostil a los indios que afectaban el comercio y el ninguneo de los dóciles, la caladura de los barcos que entraban a un riachuelo que progresivamente se iba secando o la violencia contra todo lo indefenso: todo va configurando una singularidad, un estilo con el que Lebrero lee la ciudad.

Me ha hecho pensar en como las modalidades de organización del espacio van saltando con alguna frecuencia, como las enfermedades, las restricciones a la exportación, las campañas punitorias, los portugueses, todo parece ir latiendo con un pulso que lleva a los primeros porteños a esperar lo que ya pasaron: vacas gordas, vacas flacas, en una serie pendular que tiende al infinito.

También encuentra Lebrero raíces muy hondas de árboles que todavía están muy vivos: como cuando analiza a la primera burguesía comerciante (los confederados de entonces), que derrotó a los primeros pobladores portadores de privilegios (los beneméritos) muy tempranamente, con la consiguiente hibridación resultante.

Confederados con alcurnia y beneméritos negociantes.

La historia de Buenos Aires es la de fluidos que confluyen en riachos que se han ido rellenando o volviéndose más hondos, sin embargo, nadie puede negar que nos seguimos inundando.

Gracias al libro, al ir percibiendo los cambios en la superficie de las creencias de la primitiva ciudad, también me fue sucediendo un poco como a Lévi-Strauss y su guía: no sabía si era yo el que se alejaba de la ciudad, o era la ciudad la que se aleja de mí.

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