Hospital Alvarez

|

Pasé unos cuantos años por los consultorios, salas de internación y cafés del Hospital Alvarez y salvo una rotación en el servicio de salud mental del Hospital Militar de Campo de Mayo, casi toda mi formación básica como psiquiatra la extraje como pude de la relación con los pacientes, colegas, supervisores y docentes que daban vueltas por ahí a principios de la década del noventa.Hospital Akvarez

En esos años yo creía que la formación la daban los maestros y la recibían, procesada, los pacientes.

Pero ahora he ido viendo, a medida que las instituciones van quedando atrás, que la terapeútica es mucho mas aleatoria y que muchas veces la cosas funcionan o no, independientemente de las posiciones pre-establecidas.

Voy viendo que la network era la clave de mis percepciones o al menos voy construyendo una idea de red bastante explicativa. La red es en buena medida la clave de lo que se aprende y no, de lo que se cura y no, de lo que se acepta y no.

Había una cocinera, ya no retengo mucho los nombres, a la que si uno sabía preguntarle en tiempo, forma y seducción nos daba toda la data de los pacientes difíciles, información que ella misma construía conversando con unos y otros mientras repartía la comida en la sala.

Había un enfermero de nombre Espejo que me dió su secreto: en verano se vuelven todos locos y en otoño todos se suicidan.

Había muchas inercias que cada tanto quedaban a flote, aunque solamente en las reuniones de sala, como aquella vez en que un paciente se acercó al Dr. Montanari a preguntarle si tenía que tomar alguna medicación, porque llevaba ahí varias semanas internado y aún nadie lo había entrevistado....

Había unas reuniones de equipo que si las hubiera visto Cortazar, las hubiera preferido a las del colegio Mariano Acosta para retratar las hipocresías propias de esa época, como lo hizo en "La escuela de noche".

Una mañana llegamos con los sonidos de unos aviones navales, otra con los partidos de futbol del mundial del noventa, otra descubrimos que no había donde dejar el saco si es que lo llevaba, otra perdimos la esperanza de que a alguien le interesara hablar de genética o semótica en una tertulia lacaniana.

Una mañana no me dejaron atar mi bicicleta en el estacionamiento, porque los médicos sólo podían ingresar en auto.

Una mañana el director del Hospital me estrechó la mano y al hacerlo se dió cuenta de que era la mano de un albañil.

Una vez Daniel Millas leyó un trabajo horrible que yo iba a presentar en unas jornadas y fue capaz de encontrar la forma de re-encauzarlo.

Una vez salimos caminando con Patricia Carrasco, una vez nos fuimos todos a una supervisión en barrancas de Belgrano (y ese viaje en colectivo fue tan agradablemente estudiantil!), una vez me despedí de Estela Contreras sin sospechar que recién la iba a ver diez años después, en una esquina.
Hospital Alvarez
Una vez Ricardo Jarast hizo un escándalo hasta que apareció una tiza, con lo que hizo nada más que una flecha en el pizarrón que explicaba a Winnicott y que no voy a olvidar.

Una vez alguien comenzó un seminario de diez encuentros sobre Lacan y dijo: "si quieren la seguimos la semana que viene". Ni yo ni Miguel Diez regresamos.

El otro día estuve en el Hospital Alvarez y el Dr. Ricardo Diaz pasó delante mío como un fantasma, siempre bien tostado, sin reconocerme.

Creo que puedo escribir estas líneas porque ya no voy a volver al Hospital Alvarez, al menos aquel que partió.

Así fui empezando a aprender a representar el papel de psiquiatra.

Nube de tags

Octubre 2008

Dom Lun Mar Mié Jue Vie Sáb
      1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25
26 27 28 29 30 31  

Enlaces